octubre 20, 2009

Los ciclistas que se escaparon del hambre, y los que cayeron en el doping

Me gusta mucho el deporte. El fútbol y el baloncesto y, sobre todo, entre los de esfuerzo individual, el ciclismo que es, sin duda, una de las disciplinas más duras y exigentes.




Me enamoré del deporte de la bicicleta siendo muy niño, siguiendo en familia aquellas retransmisiones épicas del Tour de Francia, en los años 80, cuando los esforzados de la ruta, los "jornaleros de la gloria" (como a veces los apodaba algún ilustre periodista de la época) aún no habían sido infectados por el virus de la sospecha, del delito, del doping. El ciclista era entonces sinónimo de persona humilde, con enorme afan de sacrificio y de superación, capaces de sufrir hasta límites imposibles para convertirse en héroes del pueblo. Y hasta los años 60, sin grandes recompensas económicas, un poco en la línea de aquel magnífico cuento de Jack London Por un bistec (en ese caso, dedicado al boxeo). La comparación con los privilegiados y millonarios futbolistas ayudaba mucho a fabricar esta imagen idealizada del ciclista, tantas veces juguete roto, en su salud, en su economía, en su ego...

Me aficioné al ciclismo en las postrimerias del reinado de Hinault, cuando aquel francés irreverete llamado Fignon, el estadounidense Greg Lemond y el segoviano Perico... hacian imposibles las siestas de julio. Cuando España, por cierto, solo aportaba dos nombres al historial de ganadores del Tour de Francia: Bahamontes y Ocaña, hecho que daba más valor a cualquier pequeño triunfo en la Gran Bouclé, la madre de todas las carreras.

Luego vendrían los grandes éxitos, de Delgado, de Indurain (¡que grande, el más grande!, cuanto destrozó de chouvinismo), de Pereiro, de Sastre, de Contador... en los últimos años, tras la era Armstrong (7 tours) todos los triunfos españoles. Ahora ya saben distintas. Y no solo porque los españoles nos acostumbraramos a ganar. La imagen del ciclismo y de sus campeones ya no es la misma. Entre tanta muerte, trampa, registros y operaciones puerto, ya se sospecha de todo, hasta de Armstrong. Vamos de todos, incluso de los de antes. Porque ya han sido muchos dopings, muchas anfetaminas, muchas muertes...

Personalmente, esa decepción generalizada no ha terminado por matar mi afición. Y la misma ha renacido en los últimos meses por dos factores importantes, el más tonto, que he vuelto a salir en bici, a hacer kilómetros, a subir puertos. Haces amigos, te distraes, mejoras fisicamente, ves paisajes chulos y adelgazas. En total, 3.000 kms en 7 meses creo no esta mal para tener trabajo, casa, hijas y obligaciones. Pero si siento que esta afición ha renacido de verdad no ha sido por jugar a ser ciclista, sino por haberme reencontrado con aquellas grandes proezas del pasado, ahora narradas no por la tele, sino por un libro magnífico, que rememora aquellos humildes deportistas que hicieron tremendamente popular el ciclismo en el siglo XX con sus piernas de acero, su moral de hierro, su voluntad increblantable ante las interminables cuestas de los Pirineos, los Alpes, el pavé...haciendo a veces más de 300 kilómetros, corriendo incluso por las noches. De carreras que más recuerdan a los rallyes de los autos locos que a las pruebas de masas que hoy son.

El libro se titula Locos por el Tour (Carlos Arribas, Sergi López Egea y Gabriel Pernau, de RBA). Lo compre pensando que era un libro exclusivamente deportivo, de ciclismo, hecho de pequeñas historias y anécdotas del Tour de Francia, de sus campeones... pero me he encontrado con mucho más. Me he encontrado con un libro que a través de este deporte nos cuenta la sociedad del siglo XX, sobre todo desde los años 20 a los 70. Historias humanas a través de los Trueba, Berrendero, Bernardo Ruiz... y tantos es posible conocer la España de aquella época, lo que suponía de aventura correr en Francia, la brutalidad de las guerras y como afectaban a las personas, a los campeones, a la pobreza... la transformación de Europa desde una época de carreteras sin asfaltar, de hambre, de penurias... Lo dicho, me gusta el ciclismo y también los buenos libros, los que hablan de los pequeños héroes humildes que cada día, sea encima de una bici, en la mina o el andamio se "matan" por vivir, por dar de comer a los suyos, por hacer de cada jornada un anónimo día de gloria en en un Olimpo de cristal que casi siempre se acaba por romper, pero Olimpo al fin y al cabo.

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